Para llegar a la isla hay que hacer una travesía de hora y media aproximadamente. Viajamos en bus desde la ciudad de Panamá, por toda la carretera Panamericana, hasta la entrada de Punta Chame, de allí otros 40 minutos por una carretera no muy buena, hasta llegar a donde sería nuestro punto de partida hacia la isla, en el poblado de Punta Chame.
Ya en Punta Chame, un poblado que nos pareció muy pintoresco, observamos unas lanchas en la playa, entre ellas las de los pescadores que estaban arribando con su carga de mariscos para la venta; y pasamos a las oficinas de Taborcillo que están ubicadas a orillas de la playa, desde donde tendríamos que abordar la lancha que nos llevaría a nuestro destino final, la isla de John Wayne.
Hasta aquí todos estábamos muy animados y con ganas de llegar, pero al ver como estaba el mar, algo agitado y la lancha que nos transportaría, que era pequeña para nuestro gusto, algunos ya no se sintieron con ganas de ser los primeros en partir, así que algunas nos hicimos las valientes y tomamos camino hacia la playa para embarcarnos.
Tuvimos necesidad de recogernos los pantalones para no mojarlos porque había que caminar un pequeño tramo donde llegaba el agua, sin embargo no tuvimos problemas para embarcar, ya que la lancha estaba provista de unas escaleras y los lancheros nos ayudaron, primero con nuestros equipajes y luego a subir.
Nos proporcionaron chalecos salvavidas y a los que iban sentados en las orillas unos capotes para protegerlos de las salpicaduras del agua del mar.
Nuestra travesía fue corta, de aproximadamente 10 minutos, pero como el mar estaba algo agitado y hacia mucha brisa, la lancha brincaba mucho y nos mojamos un poco, pero nada que no pudiéramos superar, y como decía una compañera, “todo esto está incluido en la aventura”.
Al llegar lo primero que vimos desde la lancha fue una playa de arena blanca, unos ranchitos con sillas de playa y en el muelle un rancho más grande del cual colgaban dos hamacas.
Ya en tierra, fuimos recibidos por el comité de bienvenida a la isla: dos chicas y dos hombres vestidos en jeans, camisa de cuadros y sombrero de vaquero, los cuales nos ofrecieron un riquísimo cóctel de bienvenida con una presentación muy bonita.
Se nos indico el camino a la recepción, donde pudimos observar posters y fotos de sus películas y recibimos la llave de la habitación Cindy Crawford Nº 108C. Todo el personal fue muy amable, siempre con una sonrisa en los labios.
Nos dirigimos hacia nuestra habitación caminando un corto tramo por la calle principal, donde a su entrada clavado en un árbol, había un letrero que advertía de no disparar armas en el pueblo, y más adelante otro árbol con una placa afirmando que John Wayne había hecho pis allí.
Localizamos nuestra habitación, dejamos nuestro equipaje y regresamos para tomar nuestra merienda.
La merienda, un té, acompañado de bocaditos salados y galletitas, estaba servida en una terraza con vista al mar, en el segundo piso del edificio donde se encuentran el restaurante y el bar. Allí nos recibió un anfitrión muy simpático, un monito que iba de mesa en mesa socializando con todo aquel que se lo permitía, y aceptando comida de nuestra mano sin tocar nada de las mesas.
Pasada la merienda decidimos tomar un baño en la playa, y nos reunimos con dos amigas más que ya estaban bañándose, el agua estaba muy rica y las olas no eran fuertes, lo cual nos permitió adentrarnos un poco en el mar, nos gusto mucho el hecho de que el fondo era arenoso y no tenia nada de piedras.
Después del baño en la playa y camino a nuestra habitación escuchamos que alguien nos saludaba con un “holaa”, al buscar vimos esta guacamaya, que nos observaba desde lo alto de un palo de mango, le contestamos y cuando vio que sacamos nuestra cámara, nos dio la impresión que posaba para que le sacáramos la foto…
Luego de cambiarnos de ropa nos fuimos a cenar, una cena deliciosa con una presentación muy esmerada. El restaurante donde cenamos tenía un ambiente del típico oeste americano de la época de los vaqueros.
De allí nos dirigimos a un rancho más grande donde se hacen reuniones y tuvimos la oportunidad de ver la película True Grit (Valor de Ley) del Duke, como también era conocido John Wayne. Esta película le mereció ganar un Oscar al mejor actor en 1969.
Terminada la película nos retiramos a nuestras habitaciones a descansar, nuestra habitación era cómoda, muy limpia, con un televisor que no tenia recepción buena de todos los canales, no había aire acondicionado, solo un ventilador de pie, que mitigo en algo el calor que hacia, por suerte la cama era cómoda y nos dormimos rápidamente.
Al día siguiente nos despertamos al oír las voces de las primeras madrugadoras que ya estaban listas y explorando todo. Luego de bañarnos, no hay agua caliente, pero no es necesario, nos arreglamos y nos fuimos a desayunar, un desayuno muy variado, tipo buffet.
Luego del desayuno nos dieron un tour guiado por la Ciudad del Oeste: La John Wayne city. Primero fuimos a la recepción donde se nos explico que la isla perteneció a John Wayne y que luego de su muerte en 1979, sus herederos la vendieron a Ralp Hübner, millonario austriaco, dueño de la casa editorial "Who is Who", que posee sedes en Suiza y Austria.
Continuamos nuestro recorrido por la ciudad visitando, la oficina postal, el cementerio, la horca y dos tipis (viviendas indias), una mina, un pequeño zoológico, la oficina del sheriff con la cárcel, donde el que deseaba podía tomarse una foto detrás de las barras de la celda, con el uniforme presidiario.
Por ultimo terminamos explorando el resto de los alrededores, partiendo de la calle principal con los edificios de las habitaciones a los lados.
Entrada al poblado indio.
Tipis
Monumento funerario en honor a John Wayne.
Vistas del resto del poblado.
Por ultimo, nos levaron a ver donde tienen la cría de tortugas, que luego son puestas en libertad.
El resto del tiempo hasta la hora del almuerzo era libre para que realizáramos la actividad que más nos agradara, hubo quienes se bañaron en las piscinas de agua dulce o de mar.
Otros hicieron uso de los cupones que se nos entregaron a nuestra llegada junto con la llave de la habitación, para practicar el tiro al blanco con flechas o escopeta de balines o tiro de la herradura.
El almuerzo no podía ser menos que una comida espectacular, y al final tuvimos la oportunidad de felicitar al Chef, por cierto chorrerano, que estudió en Lima, y que tuvo la gentileza de salir a saludar y permitir que se tomaran fotos con él.
Ya se acercaba nuestra hora de partida así que dejamos nuestro equipaje fuera de la recepción y esperamos que nos viniera a recoger la lancha. El viaje a tierra firme nos pareció que nos fue mejor que el de ida, ya que la lancha no brinco ni nos mojamos tanto.
Al llegar ya estaba esperándonos el transporte que nos traería de regreso a nuestra querida ciudad de Panamá, con el placer de haber vivido nuestra fantasía de estar en un pueblo del oeste americano.
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